miércoles, 3 de octubre de 2007

La actualidad de la historia: Una lectura “al borde del acantilado”

Roger Chartier

“Al borde del acantilado” es un breve texto contenido en Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero –libro que es, a su vez, una recopilación de seminarios y conferencias que Roger Chartier dio durante su estancia en México en 1996— en el cual se recrea el horizonte en el que la historiografía se encuentra ubicada en la actualidad.
El recorrido que engloba algunas de las más importantes y vigentes tendencias que pretenden hacer historia, comienza alertando de la situación crítica y llena de preguntas con las que se enfrenta dicha disciplina. Es así como se derrumban algunas de las certezas en las que se confiaba en el pasado tales como; la cuantificación, las categorías analíticas o los modelos de comprensión (Chartier, 2005:86).
Las incertidumbres, las dudas se han apoderado de tal modo del quehacer histórico, que éste ha perdido el antiguo liderazgo que le caracterizaba. Su solidez se ha quebrado provocando distintas vertientes, distintas maneras de configurar al pasado. Una de las opciones posibles será regresar a las estabilidades que ofrecen las letras, los archivos –que se puede creer— esconden las complejidades de sujetos ausentes. Es aquí donde el autor empieza a tomar partido, ya que considera que este deseo de desaparecer tras las frases polvosas a las que se les puede atribuir un sentido más “real” –pues aparentemente han sido dichas por un individuo histórico—, no es otra cosa más que resignificar frases y dar sentidos a esos oxidados registros .
Después de rebatir esta inclinación, de alguna manera más tradicional, de construir lo (supuestamente) desvanecido, se pasará a la microhistoria la cual “intenta reconstruir (en cada uno de sus casos), a partir de una situación particular, normal por excepcional, la manera en que los individuos producen el mundo social, mediante sus alianzas y sus enfrentamientos, a través de las dependencias que los unen o los conflictos que los oponen” (Chartier, 2005:89).
Es evidente que Chartier se inclina por este giro –ciertamente más antropológico— que pretende hacer de la historia un medio de reconstrucción de especificidades, de decisiones ejecutadas por individuos y comunidades. Creo que tal vez sea aquí precisamente donde entra, explícitamente, una propuesta más concreta del historiador francés:

“…la oposición entre <> y <> exige la construcción de nuevos espacios de investigación en los que la definición misma de los planteamientos obligue a inscribir los pensamientos, las intenciones individuales, las voluntades particulares, en los sistemas de coerción colectivos que, a su vez, los hacen posibles y los refrenan” (Chartier, 2005: 90).

En otros términos, enfatiza la importancia de establecer vínculos entre los estudios concentrados en las estructuras que delimitan y permiten la noción de individuo y las manifestaciones que esos seres, encuadrados en órdenes sociales y culturales, realizan en un nivel más particular. Ahora bien, esas composiciones abstractas que configuran, en cierta medida, la realidad humana no son asimilados, de forma conciente, por los actores a los que rigen.
La justificación anterior es la que utiliza Roger Chartier para destacar el concepto de representación, pues argumenta que los alcances conceptuales del término facilitan la tarea de incorporar ámbitos diversos tales como: a) “las representaciones colectivas” que orientan a los sujetos en su modo de clasificar la realidad, de aprehenderla y valorarla; b) “las formas de exhibición del ser social o del poder político” en donde se englobarían todos aquellos actos rituales y las atribuciones simbólicas (desde mi punto de vista sería una suerte de concretización, personificación o cosificación de códigos ideológicos) y por último; c) “la representación, por parte de un representante (individual o colectivo, concreto o abstracto) de una identidad social o de un poder dotado asimismo de continuidad y estabilidad” (Chartier, 2005: 91).

2

Si bien ya ha sido planteado aquí este “regreso al texto” (o más concretamente, el regreso al archivo) que se ha dado en ciertos historiadores tras el vértigo que produce situarse al borde del acantilado, es cierto que este retorno a la literalidad de la tinta es un fenómeno mucho más complejo que merece ser desarrollado.
Centrarse en el texto ha derivado en algunos casos, a centrarse en el influjo bajo el que se escribió un discurso –es decir, en el contexto—, a los receptores y al modo en que se difundía. Otro acercamiento a estos registros ha sido analizar la condición física del documento, su sustrato material haciendo de este modo, estudios paleográficos.
Otra de las consecuencias de esta atención renovada en los archivos ha sido la consideración de la historia como genero narrativo (¡). Es así como se cae en cuenta de las “fórmulas” o representaciones de ciertas entidades con rasgos (casi personalidades) que los hacen parte de una trama. Los historiadores también hacen uso y nos revelan las motivaciones o nexos causales que hacen actuar de determinado modo a las, ya mencionadas, entidades. Por último, las temporalidades históricas están sujetas al desarrollo de los acontecimientos narrados; “la larga duración no es más que una modalidad derivada de la puesta en marcha de la intriga de los acontecimientos” (Chartier, 2005: 96).
Es la ruptura entre la representación que se hace del pasado y el pasado en sí (si es que podemos hablar de tal) lo que provocó esta reflexión sobre la cualidad narrativa de la historia. Aún así, esto no implica que no exista una diferencia entre el conocimiento historiográfico y otros tipos de relatos, la diferencia principal tal vez recaería en su propósito de producir un conocimiento específico y en contener, en su propia estructura, los materiales (las citas, por ejemplo) sobre las que fundamenta dicho conocimiento. Como suplente de la objetividad o de la constatación del contenido de verdad de un argumento podría ser considerada la teoría de Appleby, Junt y Jacob (Chartier, 2005:103) las cuales observan que un nuevo criterio de validez podría ser la “pluralidad de interpretaciones”.
A pesar de todas estas argumentaciones Roger Chartier parece no estar convencido de justificar satisfactoriamente el desempeño y singularidad de la estudio de lo ocurrido, por lo que continúa recurriendo a distintas autoridades. Es así como se refiere a Paul Ricoeur y a Michel de Certeau, e integra en el ser de la historia polos tan opuestos como son la caracterización ficticia de la narración y la validez de la cientificidad (o de lo no discursivo).

3

Debo decir que aún me siento al borde del acantilado. Las explicaciones de Chartier, si bien son amplias, no me bastan aún para comprender del todo la puntualización y finalidad del quehacer histórico. Creo que este ensayo, busca unificar, de nueva cuenta, a esas formas de hacer historia que se han desperdigado en su búsqueda de evasión de la incertidumbre (es decir de la relativización de enunciados, del clima de subjetividad que rodea a las ciencias sociales). Creo que este texto es un intento de establecer diálogos entre las especificidades propias de la microhistoria y de aquellas otras perspectivas que se volcán en los mecanismos de imposición a gran escala.
De alguna manera, se hace un diagnóstico de la situación actual de la historiografía, y es eso precisamente lo que me parece más valioso. Evalúa de manera –tal vez— demasiado rápida distintas tendencias de historiográficas.
Ahora bien, me parece que sobre todo en la parte dedicada a fundamentar qué es lo que hace a la historia distinta de otras narrativas, la interrogante, por lo menos para mí, no ha quedado del todo resuelta. La argumentación no me parece eficiente pues creo que debe existir otro elemento, además de su pretensión de conocimiento y de contener “pruebas” o materiales “sustentables” o legitimadores, que la hagan ser una ciencia –aunque tampoco veo lo negativo en el hecho de que no lo sea, con esa categorización o sin ella puede ser portadora de verdad.
En conclusión creo que muchas de las aportaciones del libro son valiosas para la investigación historiográfica, me agrada especialmente, hacer ese hincapié en la microhistoria pues me parece que al especializar su objeto de estudio permite análisis más integrales y menos generalizantes (lo que de alguna manera elimina orientaciones eurocentristas o supresoras de minorias).
Por otro lado, creo que el vértigo que provoca cuestionar los fundamentos de lo cognoscible es algo que afecta el análisis de Chartier y de alguna manera es este miedo, lo que lo hace aprehenderse de las viejas herramientas (construcción de datos, verificación de resultados, etcétera) sin cuestionar que esos elementos no son más que parte de la misma producción narrativa, elementos del discurso que cumplen el mismo papel que los apellidos Capuleto y Montesco en “Romeo y Julieta”, es decir son datos que de alguna manera fortalecen la trama, posibilian la verosimilitud y por supuesto, son dadoras de verdad.

Bibliografía

Chartier, Roger, “Al borde del acantilado” en Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, México, Universidad Iberoamericana, 2005.




No hay comentarios: